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Ximena Peredo / Un dilema común

Ximena Peredo

Hace varios años escuché de una defensora de derechos humanos la siguiente frase: "Hay momentos para luchar, otros para neutralizar y otros apenas para resistir".

Nunca resignarse, anoté, pero ubicar nuestro presente en una lucha de largo aliento para lo cual es preciso aprender a leer el contexto, los peligros y los alcances de nuestros adversarios u opresores.

Por aquellos años, los primeros de la Administración foxista, las políticas económicas saqueadoras, explotadoras, avanzaban sin mayores contratiempos.

La televisión lograba narrar por la noche lo real y lo importante. Así, las violaciones a derechos humanos, el caso emblemático de Atenco, por ejemplo, parecían eventos excepcionales y no parte del sistema económico.

Hoy somos otro país. Nos cuesta trabajo reconocernos en el espejo. De hecho, nuestra mayor crisis es de incomprensión.

Está todo tan batido, nos sentimos tan vulnerados, que no sabemos bien a bien si es tiempo de resistir, de neutralizar o de luchar.

En un futuro, lo sospecho, seremos duramente cuestionados por nuestros hijos y nietos: ¿no te diste cuenta de que estaban masacrando y desapareciendo gente, o te valió?

Temo que no nos quede más que pedir misericordia, tal como algunos sobrevivientes alemanes suplican perdón por no haber enfrentado al régimen xenófobo de Adolfo Hitler.

Desde que comenzó la Administración de Peña Nieto, 13 personas "desaparecen" cada día -las comillas van porque el verbo es inaceptable.

Esta cifra sería más que suficiente para que los pueblos mexicanos nos uniéramos para sacar del poder a la clase política demofóbica que, dicho por José Mujica, ha caído en el exceso de privatizar guerras, es decir: producir terror para generar(se) rentas millonarias. Esto es, el comercio de vidas humanas.

Es decir, sobre las condiciones del País no puede desprenderse otra conclusión que no sea la de luchar. Y, sin embargo, la represión está en apogeo.

La censura sobre Carmen Aristegui y su equipo es un caso escalofriante no por extraordinario, sino por lo difícil de esconder. Los impostores de la representación ya se saben descubiertos y, precisamente por ello, actúan como lo que son, ¡al diablo el libreto!

Así, las condiciones del País nos obligan a luchar, y al mismo tiempo a protegernos, a tomar precauciones, a cuidar la chamba, a pagar las deudas, a pasar de puntitas frente a la Policía. Es una tensión que duele en el cuerpo, ¿qué hacer?

La reciente represión de campesinos en Ensenada estampa este dilema.

Lucharon apenas por un aumento salarial y por tener derecho a seguro social y fueron aprehendidos por "vandalismo"; luego, en las siguientes manifestaciones, fueron atacados con balas de goma y golpeados brutalmente por fuerzas estatales.

¿Es posible encontrar una salida sin provocar la furia policial del sistema? ¿Cómo solidarizarnos sin ponernos en alto riesgo? Son preguntas difíciles que las sociedades que han padecido dictaduras conocen bien.

La dificultad se agrava cuando quedamos atrapados en un sistema institucional "moderno" encubridor del fascismo electoral.

Por eso, repito, no hay condiciones para elecciones democráticas en un país con 30 mil desaparecidos (además de otras atrocidades).

Nuevo León debe mirar hacia el País. Personajes tan siniestros como el "Bronco" o el "Pato" Zambrano, o tan amables como Lorenia o Fernando Elizondo, no ponen en jaque al sistema económico que es la fuente de este gran desastre.

Tenemos enfrente la oportunidad de sacudir al sistema sin que nos cueste la vida o el trabajo: un paro electoral.

Nos sobran razones para detener el show: no vamos porque no creemos; no vamos porque el fraude siempre es anterior a la elección.

En lugar de ver qué se puede hacer con este sistema podrido, yo me preguntaría cómo quiero vivir y qué les deseo a los otros 100 millones de mexicanos, y a nuestros hijos.

Es momento de desobedecer pacíficamente, de sacudir en serio, mañana quizá sea demasiado peligroso proponerlo.

ximenaperedo@gmail.com



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Fecha de publicación: 20 de marzo de 2015