OPINIÓN

El día final.

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Con serenidad, sin que se cambiara la expresión de su rostro, recibió Hidalgo la noticia de que al día siguiente, 30 de julio de 1811, sería fusilado. Estaba en paz con Dios y con los hombres. Varias veces ya se había reconciliado, es decir, confesado sus pecados en el sacramento de la penitencia, y ante el tribunal religioso y militar pidió perdón a su prójimo por todos los males de que fue causante. No tenía miedo de la muerte, pues su gran fe de cristiano le hacía creer con firmeza que si grandes habían sido sus culpas, mayor era la misericordia del Señor. A unas horas de su muerte encontramos a Hidalgo con ánimo tranquilo. Pocos hombres, creo, habrán afrontado la muerte con la digna serenidad con que la esperó él. Su fin bien puede compararse con el que tuvo Sócrates.