"Todo comenzó con una gota de sangre. Una mancha de un centímetro de largo por dos milímetros de ancho, escondida en el sardinel de una regadera, fue la prueba de que el cuerpo de Hugo Alberto Wallace había sido desmembrado por sus secuestradores. Cuando esos restos hemáticos perdieron credibilidad, otro crimen, esta vez real, se asomó detrás de aquella falsa evidencia".