Guarda Icamole historia y magia
Gabriela Villegas
Monterrey, México (01 febrero 2015) .-00:00 hrs
Vine a Icamole porque me dijeron que acá vivió un soldado milagroso, que murió hace 100 años.
Entre cerros de verde seco, matorrales y caminos de terracería, se esconde el desértico ejido de Icamole, a 20 kilómetros del casco de García.
Viejos sauces y anacahuitas decoran la plaza de esta comunidad que guarda misterios e historia.
Esos árboles atestiguaron cómo Porfirio Díaz derramó lágrimas de rabia en 1876 y, hace 100 años, en 1915, vieron cómo el ejido fue disputado por unos 4 mil carrancistas y villistas en una sangrienta escaramuza revolucionaria.
Hoy no sólo quedan restos físicos de esas batallas, también espirituales. Parte de sus 180 habitantes dicen que las batallas dejaron energías que atraen más muertos que vivos a Icamole.
'El llorón de Icamole'
Para defender y propagar el Plan de Tuxtepec, que pretendía destruir el gobierno lerdista, Porfirio Díaz llegó el 19 de mayo de 1876 a lo que ahora es la plaza de Icamole.
Atravesó montañas con mil 500 hombres, todos armados. Lo acompañaban el General Francisco Naranjo y el General Jerónimo Treviño.
"No entró a Monterrey porque estaban las fuerzas federales (lerdistas) esperándolo para rechazarlo o quitarle esa convocatoria que estaba teniendo con los inconformes del gobierno en turno", afirma el historiador Antonio Flores Treviño.
El Coronel Julián Quiroga tenía el mando de las tropas federales. Al destacado militar, originario de Ciénega de Flores, le bastaron poco más de mil hombres y 24 horas para entorpecer el Plan de Tuxtepec.
"Esa derrota marcó a don Porfirio muy fuerte, hasta lloró de coraje, de impotencia, de rabia", narra.
Tras perder la batalla, se dio un peculiar diálogo entre Díaz, Naranjo y Treviño, documentado en el Diccionario Biográfico de Nuevo León, Tomo II, del historiador Israel Cavazos.
"General, ¿no que los nuevoleoneses eran muy valientes? ¿No que nunca pierden?", reclamó Díaz a Naranjo y a Treviño.
"¿Qué creía? ¿Que Quiroga era de Oaxaca?", respondió agraviado Naranjo.
A 139 años de esa batalla, una piedra, de casi dos metros de altura, en el centro de la plaza principal, recuerda las lágrimas de don Porfirio, bautizado como "El llorón de Icamole".
El ánima de la anacahuita
"Que Álvaro ya no tome", pide Irma al ánima de la anacahuita. La mujer dejó escrita su plegaria en una hoja pequeña clavada en una de las cuatro paredes de la capilla donde, se dice, está la tumba con los restos del soldado villista Roberto Cisneros Jaramillo.
La leyenda dice que el soldado, gravemente herido, quedó recargado en un árbol de anacahuita.
"Murió este muchacho con la retirada (1915). Quedó en estado grave y lo dejaron sus compañeros para la huida a Paredón", explica el cronista de García, Antonio Flores Treviño.
"Al parecer, había estudiado en el Seminario, y cuando la 'leva' levantaron muchachos para la causa, él tenía esa inclinación de ayudar a los demás".
A diferencia de otros caídos en batalla, el ánima de Cisneros Jaramillo es "milagrosa", según los habitantes del ejido.
Los rumores datan de 1916, cuando un carretero y su ganado se atoraron al cruzar las vías del tren. La máquina de vapor iba a alta velocidad, así que el carretero se encomendó al ánima con desesperación. El ferrocarril paró antes de llegar a donde estaba el hombre con su cargamento. Años después se dijo que la detención repentina fue porque el maquinista estaba enfermo y necesitaba detenerse.
La tumba está a 3 kilómetros de Icamole, cerca de la comunidad El Milagro.
Adentro hay veladoras, imágenes religiosas y flores artificiales, la mayoría en buen estado.
En estos 100 años la fe en el ánima no se apaga.
El sangriento 1915
Tras perder sitios en Tamaulipas y ser acosado por los carrancistas, Francisco Villa se trasladó al ejido de García para proteger el Paredón de Coahuila y fortalecer sus tropas.
Y es que los 20 kilómetros de distancia al Paredón, la vía férrea del Golfo, sus montañas y veredas hacían de Icamole un sitio estratégico en la época revolucionaria.
"A mediados de mayo recibí órdenes del General Vázquez de embarcarme en un tren puesto a mi disposición para marchar a Icamole N.L., para atacar al enemigo que se había salido de Monterrey para hacerse fuerte en este lugar", relata el Coronel Alejandro Morton Morales, en un testimonio recuperado por Celso Garza Guajardo, en el libro Memorias de un revolucionario, publicado por la UANL.
Villistas y carrancistas dispararon las primeras balas en julio de 1915 en Icamole, en sangrientos encuentros que terminaron el 4 de septiembre.
"Cayeron figuras como Ildefonso V. Vázquez, que estaba como Gobernador interino y pidió licencia para venir a luchar (a García)", narra el cronista Antonio Flores Treviño.
Vázquez sólo fue uno de los aproximadamente 500 caídos de los 4 mil que pelearon.
"Se queda un panorama muy sangriento, mortandad en los lomeríos, casas saqueadas, los vecinos huyeron para las sierras", dice el cronista.
Hoy, las ánimas revolucionarias (también dicen que ovnis) se pasean por el pueblo.
"Hemos visto cómo pasa algo metálico a una altura visible en una forma rápida y se desaparece en el horizonte o se va atrás de los cerros", comenta Luis Alférez, artista de la región.
La Revolución, murmuran sus habitantes, dejó más muertos que vivos en Icamole.
Testigo del pasado
En su capilla fusilaban hombres y sus paredes tienen marcas de balas. Se trata de la Hacienda de Icamole.
"Tiene dos metros de grueso la pared, o sea que no se oía", comenta el artista Luis Alférez, propietario de la hacienda. "Se comenta entre la gente de aquí que ahí se fusilaba a los traidores del pueblo".
El espacio fue construido por Jerónimo Treviño, General y ex Gobernador de Nuevo León. Los datos de su origen se ubican en 1811, aunque hay otras referencias que señalan 1852.
El testigo arquitectónico abarca 8 hectáreas con 400 metros cuadrados de construcción, con caseríos que fueron habitados por los trabajadores de la hacienda que producía cebada.
Los cuerpos dejados en los lomeríos, tras las batallas revolucionarias, ahuyentaron a los vivos, pero no a los muertos.
"Encontramos osamentas hace 20 o 25 años y pues percibíamos aquí una serie de energía, de la contradicción de morir sin voluntad, que son asesinados", relata el paisajista. "Las almas aquí andaban penando".
Tras el abandono llegó Alférez, la restauró y rompió el silencio que por más de 60 años predominó en la hacienda.
"Este lugar es fantástico porque aquí le venimos a hacer ruido al silencio, es un silencio sepulcral".
A diario, tres de sus pobladores se sientan alrededor del sitio que fue disputado a muerte por los revolucionarios, y disfrutan ver pasar el tiempo o las ánimas.

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