Eran las 8 de la noche con 53 minutos del último domingo de noviembre. Una ligera brisca fresca agitaba tenuemente la bandera auriazul que está colocada sobre el pebetero. Su lenguaje corporal parecía decirlo todo cuando desde algún lado de la cancha, sus compañeros pusieron el balón en sus manos con la responsabilidad de tirar el penalti que significaría el pase a las Semifinales.