Arrancaron las campañas locales y con ese banderazo también el aluvión de promesas, descalificaciones, la simplificación de problemas complejos, fórmulas mágicas -como la antigua pomada de La Campana o el aceite de hígado de bacalao-, señalamientos condenatorios, jingles hipnóticos repitiéndose hasta el infinito y discursos más caótico que los de la Torre de Babel.