OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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Este año Diosito se portó muy bien y hubo en la sierra cosecha abundante de manzana. No heló, las plagas no fueron tan plagosas, y el granizo -ese cabrón al que le gusta tanto la región de Arteaga- tomó otros rumbos cardinales. Además, llovió la cantidad de lluvia exacta: las manzanas tuvieron buen tamaño sin que se les quitara el sabrosísimo sabor.

Cuando hay manzana y tiene buen precio en el mercado a los huerteros les cambia hasta el modito de andar. Se enderezan, sacan el pecho y hablan más fuerte de lo acostumbrado. En tiempos de escasez lo saludan a uno así:

-¿Cómo le va, señor?

En tiempo de bonanza su saludo es otro:

-¿Qué dice el hombre?

Mucha manzana dio la sierra de Arteaga este año, lo mismo en Los Lirios que en El Tunal, Jamé, La Carbonera, Huachichil y San Antonio de las Alazanas, por mencionar únicamente los nombres más conspicuos. Pasaba yo por la orilla de las huertas, miraba las ramas de los árboles dobladas por el peso del abundante fruto y daba gracias a Dios por su prodigalidad. Una buena cosecha de manzana significa bienestar para muchos, desde el más rico productor hasta la más pobre familia de pizcador humilde. Todos ganan, lo mismo que en años malos todos pierden. Se pagan las deudas atrasadas -las del banco, sobre todo-; se planea la compra de equipo nuevo; se saldan, en fin, las cuentas de ese cuento de nunca acabar que es la agricultura.

A doña Teresa, mujer de manzanero, no le gustó nada que a su marido le haya ido muy bien este año.

-Ya iba a vender la huerta -dice con un suspiro-, pero 'ora sacó manzana, y de seguro se va a seguir de jilo otros diez años. Y en todos le va a ir mal.

Los mineros tienen un diablo que se llama Xipe, encargado de evitar que se quiten de la minería. Cuando un minero se cansa de buscar sin hallar nada, el tal Xipe le pone al paso una vetita de algo, nomás para que se pique otra vez y siga echando talachazos. Algún demonio igual han de tener los manzaneros. Después de varios años de quebrantos les llega un año bueno, y se ilusionan otra vez, y se entusiasman, y siguen clavados en la huerta en vez de venderla y quitarse ya de sufrir y batallar.

Lo que sucede es que eso de la agricultura se lleva en la sangre. Sólo cambiándoles los genes -y a lo mejor ni así- se podría sacarles a los manzaneros su atávico gusto por las huertas. Heredan ese vicio de sus padres, y lo trasmiten a sus hijos. Son manzaneros por sangre, no por hobby.

Se irán al Cielo de seguro, pues por andar entre sus árboles no tienen ocasión de cometer pecado. Pero llegarán a la mansión de la eterna bienaventuranza y se percatarán de que ahí no hay manzanas. Duraznos sí, y chabacanos y ciruelas, y otras variadas frutas que en la sierra de Arteaga se cosechan. Pero manzanas no, pues el Señor las tiene aborrecidas desde el detalle aquel de Adán y Eva. Verán los manzaneros que en el Cielo no hay huertas de manzana y dirán con escueto laconismo:

-Vale madre.