Los tlaxcaltecas nos dejaron herencia muy preciada. A ellos les debemos el sarape, cuyo nombre no escribimos nosotros con zeta. Prenda de puro arte es el sarape, como lo prueba el hecho de que no sirve para nada. Quiero decir que no es algo utilitario que pueda emplearse para fines prácticos. Mayúscula herejía, sacrilegio muy grande, sería usar un sarape para cubrirse de la lluvia o para abrigarse en el invierno. Esos prosaicos menesteres se dejan a cobijas, tilmas, ayates o jorongos. El sarape saltillero es para el lujo, para el adorno, para mostrar riqueza o señorío. No se echa sobre la espalda; se pone sobre el hombro a fin de proclamar que quien lo lleva tuvo el dinero -mucho- que se necesita para comprarlo. En las viejas casonas de nuestra ciudad, de las rancias familias que son "gente de Saltillo de toda la vida", es posible ver desplegadas las ricas irisaciones del sarape sobre el piano traído de la Europa, o cubriendo la molicie del gran sofá en el estrado de la sala. Hay un refrán de México que dice: "Nos veremos en el baratillo, sarape de Saltillo". La moralizante sentencia da a entender que aun las personas más altas y prominentes, simbolizadas en este caso por el sarape saltillero, pueden ser víctimas de las mudanzas de fortuna y venir a extremos de pobreza. El baratillo era el mercado en el que se vendían las cosas viejas o arruinadas.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.