OPINIÓN

MIRADOR / Armando Fuentes Aguirre EN EL NORTE

1 MIN 00 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Al-Mutamid se prendó de la bella esclava Ismar. La llevó a su riquísimo palacio y la rodeó de lujos: no había capricho de la amada que él no obsequiara. Cuando ella le dijo que añoraba los días en que amasaba el barro con los pies desnudos, Al-Mutamid llamó a sus siervos y los hizo llenar la piscina del jardín con miel y polvos de canela.