OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

El calor hace que este hombre duerma con la ventana abierta.

La noche es tibia, pero no es callada. Se escucha, cerca y lejos, su rumor. Cerca, los grillos cantan con ritmo de metrónomo. Lejos, el tren da su silbato al aire y la nostalgia. 

Un perro ladra en la distancia. (Para que la noche sea verdaderamente noche, un perro debe ladrar en la distancia). 

Vendrá la mañana, y el ruido hará que ya no se oiga el ruido.

Pero ahora, en la noche, el silencio habla en la canción del grillo, en el silbato de la locomotora, en el perro que ladra en la distancia...

El hombre siente una vaga inquietud: la de las cosas que se van; la de las cosas que se quedan. Él mismo es parte de la noche. Él mismo es cosa que al parecer se queda, pero que ya se va.

¡Hasta mañana!...

PRESENTE LO TENGO YO

Corazón de hiena

Debo ser mala. Debo ser muy mala. Si no ¿entonces por qué le hice a este hombre lo que le hice? Él me amaba. Me ama todavía. Más aún: sé que nadie me ha amado como él, y que nunca nadie me amará así, con tanta sinceridad, con tanta entrega, con tanta intensidad. Su amor era, y sigue siendo, como el del hijo por su madre. Quizá mayor: como el de la madre por su hijo. Un amor absoluto, sin fronteras, sin límite o reservas. Un amor incondicional, dispuesto a darlo todo sin demandar nada. Un amor de los que permanecen al paso de los años. ¿Por qué no supe corresponderle a quien me dio ese amor? Amores así sólo se ven en las películas o en los versos que escriben los poetas. Él me hizo unos, por cierto, en los que habla del primer día que me vio. Aprendí ese poema de memoria, no sé por qué. Será porque habla de mí. ¿Quieres que te los recite? Dicen así: "Olorosa a piano y a misal, en una mano llevaba el Solfeo y en la otra mano el chal. Una tarde lluviosa sonriéndose dio un giro veloz de mariposa, y en sus piernas, erguidas blancas rosas descubiertas al vuelo del vestido, dejé mi amor prendido como tímida ofrenda pudorosa. Nunca le hablé, porque pensaba en ella igual que en un arcángel o una estrella, pero en las hojas de mi catecismo escribía con grave misticismo las letras de su nombre. Yo era un niño, y ella era una flor primaveral, con ojos de gacela y con perfumes de piano y de misal". Ésos son los versos. Para ser de un muchacho que apenas empezaba a escribir no están mal ¿verdad? Lástima que no me guste eso de la poesía, de los libros. Otras cosas hacía él que tampoco me gustaban. Por ejemplo, cada vez que nos veíamos me entregaba una flor. A veces me llevaba una rosa blanca; decía que era yo. Otras veces me daba una rosa roja; decía que era él. Una tarde me llevó dos rosas amarillas. Dijo que así seríamos los dos cuando envejeciéramos juntos. A mí todo eso me parecía cursi. No se lo decía, claro, pero lo pensaba. Además, era tan inocente que no quería lastimarlo. Mis amigas me decían que era un magnífico muchacho, que debía sentirme feliz por haber encontrado un novio así. Yo no sabía apreciarlo. Ya te lo dije: no soy buena; nunca lo he sido. Por eso le hice lo que le hice. Sólo una mujer mala pudo pagar así su amor. Recuerdo una canción que cantaban las criadas de mi casa cuando yo era niña. Se me quedaron grabadas sus palabras: "Tu pecho de mujer, nido de hienas". Así debo tener yo el corazón: de hiena. Y hasta peor, porque la hiena es un animal, y yo soy persona humana. Debí pensar que no estaba bien lo que iba a hacer, y si embargo lo hice. Se lo hice a él, que tanto me quería. ¿Por qué no me detuve? ¿Por qué pagué en esa forma su cariño? La única explicación es ésa: porque soy mala. No, no me digas que no, pues sí lo soy. De otra manera no le habría hecho ese daño tan grande. Porque el mal que le ocasioné, lo sabes bien, no acabó el día que se lo hice. Ha perdurado. Con él le eché a perder la vida. Aquel día me dijo: "Cásate conmigo". ¡Con qué amor me lo pidió! Al decírmelo estaba temblando, lo recuerdo. Debí haberme compadecido de él. No me compadecí. Fui insensible; no me importó nada la devoción que siempre me mostró. Tampoco me importaron su ternura; su entrega, su abnegación. Pude darle la felicidad y no se la di. Cuando me pidió que me casara con él debí haberle dicho que no.

EL ÚLTIMO DE CATÓN

"-Soy el ginecólogo de su esposa. Llamo para decirle que la estoy revisando, y no me gusta nada su aspecto". "-Bueno, doctor, el lado que le está usted viendo no es su mejor ángulo".

MANGANITAS