REVISTA R

Excéntricos

Antonio López de Santa Anna

Guadalupe Loaeza

Cd. de México (1 junio 2014) .-00:00 hrs

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He de confesar que el excéntrico de este domingo me inspira mucho. Sin duda, se trata de mis favoritos. Además, siempre he pensado que muchos políticos mexicanos de todos los partidos lo admiran en el fondo de su corazón.

Aunque nadie, sí, nadie se atreve a confesar su admiración. Me refiero a Antonio López de Santa Anna (1795-1877), quien 11 veces fue presidente de nuestro país, entre 1833 y 1855. Muchos de nuestros políticos a lo mejor leen historias de México del siglo XIX para saber cómo le hizo este veracruzano para reelegirse tantas veces, y cómo le hizo para ser tan buen comerciante, pues fue él quien vendió medio territorio nacional. No obstante, algo le falló, pues murió pobre y en la miseria política.

Si este personaje me inspira es porque ningún otro es tan pintoresco y ninguno representa nuestros peores vicios. Me hubiera encantado conocerlo, estoy segura de que si le pudiera contar de nuestra realidad nacional, nadie como él la entendería. Se me hace que Santa Anna entendió como nadie a los mexicanos, sabía que nos fascina el melodrama, que caemos redonditos ante la demagogia y que somos capaces de olvidar cualquier cosa. A pesar de que a Santa Anna no lo quería nadie, logró tener el poder en numerosas ocasiones. Como dice Fernando Benítez, este político veracruzano fue independentista y antiindependentista, fue conservador y liberal, fue juarista y maximilianista, pero Juárez y Maximiliano, ambos, lo odiaban. Y, no obstante que hoy no lo queremos en absoluto, fue él quien convocó al concurso de donde salió nuestro Himno nacional. Asimismo, se preocupó en algunos aspectos por la Ciudad de México, y fue quien quiso hacer un monumento a la Independencia en la Plaza de la Constitución, sólo que quedó inconcluso y nada más se construyó el zócalo (la base), y de ahí tomó nombre nuestra plaza mayor.

Por un lado, era tan simpático que comer con él significaba quedar prendado de su sentido del humor, de las anécdotas tan chistosas que contaba, pero, sobre todo, de su simpatía fuera de serie. De ahí que conquistara a sus enemigos con sólo un par de horas platicando con ellos. El escritor Guillermo Prieto decía que en México había tres bandos políticos: los conservadores, los liberales y los santanistas. Estos últimos se caracterizaban porque sus opiniones dependían del humor en que se había despertado su líder. Era tan ridículo este personaje que se hacía pintar como Napoleón, con ropa muy parecida. Sólo que como había visto los cuadros en los que el viento agitaba el pelo del emperador de Francia, Santa Anna pensaba que ésa era la moda de París y se hacía pintar con ese peculiar peinado.

Uno de mis episodios favoritos de su vida ocurrió cuando Santa Anna combatió en Veracruz a los franceses, en la Guerra de los Pasteles, de 1838. Francia mandó un ejército hasta las costas de Veracruz para exigir una indemnización al gobierno de México. Así que Santa Anna fue enviado a defender el puerto, sólo que un cañón le hizo perder su pierna izquierda.

Es cierto que Santa Anna apenas había sido presidente en una ocasión, pero aun así era muy respetado. Excéntrico como era, el general mandó hacer un auténtico velorio a su pierna. Me imagino que a las honras fúnebres de esta pierna llegaron muchas personas a dar el pésame. "Señor general, lamento muchísimo la gran pérdida de esta pierna caída en el ejercicio de su deber patriótico", seguramente le decían con un rostro muy solemne. "Guardemos un minuto de silencio en señal de respeto por la pierna izquierda del general Santa Anna". Más que en su pierna, quizá en esos momentos, mientras disparaban algunas salvas en su honor, Santa Anna pensaba en qué epitafio sería el mejor. "A la heroica pierna del general Santa Anna, caída en defensa del puerto de Veracruz, 1795-1838", tal vez pensaba con gran emoción. La que seguramente se veía muy afligida era la otra pierna. Al día siguiente, las esquelas en los diarios evidenciaban la tristeza de los políticos, los empresarios y los mexicanos en general. A lo mejor, como se decía entonces, se podía leer: "En el seno de la Santa Madre Iglesia, ayer 5 de diciembre de 1838 dejó de existir la pierna izquierda del general Antonio López de Santa Anna...".
En ese entonces, el entierro se hizo en su hacienda de Manga de Clavo. Pero cuatro años después, cuando ya era Presidente de la República por sexta ocasión, Santa Anna decidió hacerle unas honras más vistosas a su pierna y trasladarla a la Ciudad de México. Decidió enterrarla con discursos emotivos y con honras fúnebres en el panteón de Santa Paula, en Santa María la Redonda. Lo que no se imaginaba era que apenas dos años más tarde, una vez que dejara el poder una de tantas veces, el pueblo se encontraría tan irritado contra él, que la gente decidió desenterrar la pierna y llevarla arrastrando por toda la ciudad. Dicen que Santa Anna se afligió mucho, que lloraba por su pierna, sobre todo porque la consideraba una patriota. "Ay, mi pierna, mi pobre pierna que peleó contra los franceses", decía con mucha tristeza. Desafortunadamente, nunca más volvió a verla, aunque tal vez siempre le rindió honores en el aniversario de su caída...

Por último, diremos que muchos "valientes" buscaban a Santa Anna hasta en sus últimos días para ofrecerle su pierna. Todos los que iban a verlo, le decían: "General, con riesgo de mi vida, salvé su pierna de las turbas enfurecidas". Y Santa Anna recibía con agradecimiento su pierna a cambio de unos pesos. De ahí que hasta sus últimos días, en Veracruz, este personaje excéntrico como ninguno, tenía una colección de piernas. Nos preguntamos si este político llegó a tener en su vida más piernas o reelecciones...