"¡No importa que sea Viernes Santo!"
LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE
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Su victoria sobre Albino "El Manco" García puso a Iturbide en los cuernos de la luna. En los cafés, tertulias y cotilleos no se hablaba de otra cosa más que de aquel joven oficial prodigio de destreza y de valor que estaba "en la flor de la edad, de aventajada presencia, modales cultos y agradables, hablar grato e insinuante". Todos esos piropos dijo de Iturbide don Lucas Alamán, que lo conoció muy bien, pues en ese tiempo el futuro emperador visitaba mucho la casa que en México tenía don Lucas, y su intimidad con la familia de éste era tanta que a la madre de Alamán solía Iturbide llamarla "mamita".
Se comentaba en todas partes la ingeniosísima manera que tuvo Iturbide de capturar al "Manco": llegó a Valle de Santiago fingiendo ser Pedro, hermano del bandolero, con lo que obtuvo el santo y seña para entrar a la ciudad sin ser estorbado por los centinelas; puso hombres en la azotea de la casa donde dormía Albino, que despertó espantado a los gritos que Iturbide daba a inexistentes cuerpos del ejército. Se comentaba con admiración la forma cómo hizo fusilar de inmediato a los hombres del guerrillero, y muy especialmente a los miembros de su guardia personal, de todos los cuales era compadre Albino. Finalmente la gente se hacía lenguas de la admirable piedad cristiana y religioso celo católico de don Agustín de Iturbide, pues se conoció el texto del parte que dirigió a García Conde:
"... El dolor de la muerte del granadero Avilés, a pesar de que fue la única desgracia, no obstante la poca luz que prestaba la luna y la atención de tantos puntos, y la precisión de hacer morir sin auxilios cristianos a tantos miserables, lo que sólo puede mandarse en casos igualmente estrechos, han contristado terriblemente mi espíritu, sin embargo de la satisfacción de un golpe tan afortunado por la utilidad pública, y particularmente por la del bajío...". Muy católico cristiano era Iturbide, pero si los ordenamientos de la santa religión se oponían a sus propósitos los hacía a un lado con muy gentil desprecio. En cierta ocasión el capellán que iba con su ejército le pidió no combatir aquel día, porque era Viernes Santo. Iturbide se le rio en las barbas y le dijo que precisamente quería santificar el día enviando al otro mundo a algunos herejes insurgentes.
El mayor orgullo que halagaba a Iturbide es que todos los hombres con que había vencido a Albino García eran mexicanos. Escribió a ese respecto: "Para quitar la impresión que en algunos estúpidos y sin educación existe, de que nuestra guerra es de europeos contra americanos y de éstos contra los otros, digo que en esta ocasión ha dado la casualidad de que todos cuantos concurrieron a ella han sido americanos... Nuestra guerra es de buenos contra malos; de fieles contra insurgentes; de cristianos contra libertinos...".
Se elogiaba también la conducta de García Conde en relación con el famoso manco. En esta ocasión el militar realista hizo a un lado su pundonor de soldado español y zahirió a su prisionero con crueles burlas. Le formó una valla de mojiganga para recibirlo en Celaya junto a su hermano, "él brigadier Panchito", y luego lo denostó con tremendas injurias y lo escarneció en un discurso que dirigió al populacho desde el mismo balcón desde el cual Hidalgo había hablado al pueblo al llegar victorioso a esa ciudad. Después puso al cautivo en una celda, y ahí le rindió ridículos homenajes de general. "Siento no haber podido hacer esta burla con más solemnidad", dijo García Conde al virrey en el informe que le rindió. Todo ese ludibrio lo soportó tranquilo Albino García, que por la noche escribió una hermosa carta a sus padres pidiéndoles perdón por no haber seguido nunca sus consejos. Murió fusilado a los tres días. Al cadáver se le cortaron las manos: la que tenía impedida se envió a Guanajuato, la otra a Celaya. La cabeza quedó en Celaya públicamente expuesta como escarmiento. Al triunfo de la independencia el famosísimo arquitecto celayense don Francisco Eduardo Tresguerras colocó el pelado cráneo sobre un pedestal en cuya base inscribió un soneto. Si como arquitecto era genial Tresguerras, como poeta era pésimo, para emplear un adjetivo módico. El tal soneto era más horrible que la calavera a la que servía de epígrafe. Por fortuna al paso del tiempo el pedestal cayó, y del soneto no quedó ni huella, para bien de las letras universales.

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Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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