OPINIÓN

Plaza de almas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE

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No pienses, Armando, que estoy presumiendo. Estoy presumiendo, sí, pero no quiero que lo pienses. Sucede que tu tío Felipe, o sea yo, tuvo siempre buena fortuna entre las damas. Las damas, digo, porque para mí cada mujer con la que traté era una dama, aunque algunas abdicaran continuamente de esa condición. Alguien dijo que para tener éxito con las mujeres debes tratar a las cortesanas como si fueran damas y a las damas como si fueran cortesanas. Yo con todas actué como si fuera un caballero, quizá por eso me sonrió la suerte. El sexo opuesto nunca me fue opuesto. No era guapo, de modo que mi buenaventura no se fincaba en eso. En cierta ocasión una señora me dijo que me parecía a Robert Taylor. Desgraciadamente luego supe que a todos los hombres les decía lo mismo, aunque se parecieran más bien a Jack Elam o Ron Perlman, feísimos, y aun a Rin Tin Tin, que era un perro. Pero has de saber, sobrino, que rollo mata carita. Eso quiere decir que en cosas de amores y amoríos más que el buen parecer ayuda el buen decir. Te he contado de la criadita que dejó a un muchacho de buena traza, serio y bien acomodado para irse con un tipo feúcho, irresponsable y pobretón. Alguien le preguntó por qué hizo eso. Explicó la muchacha: "Es que éste me dice cosas". Aprende, Armando, que a las mujeres hay que decirles cosas, aunque no sean ciertas. Si a una le dices que se parece a Sophia Loren te lo creerá, aunque se parezca más bien a Jack Elam o Ron Perlman, feísimos y aun a Rin Tin Tin, que era un perro. A una dama de cierta edad le dije eso: que se parecía a Sophia Loren. Se enojó: "Eres un vil adulador, un charlatán, un hablador. Búscate otra que crea tus mentiras. Yo ya estoy grandecita para tragarme esos embelecos". Seguidamente me preguntó: "¿En qué me le parezco?". Yo tenía el don de la palabra, lo cual me allegaba muchos dones. A ninguna mujer engañé nunca con mis pregones amorosos. Aquélla a la que le dije que se parecía a la Loren tenía, en efecto, suculentos labios y ojos de estadio olímpico. Con eso quiero significar que no fui un burlador. Fui, sí, un seductor. Un burlador engaña; un seductor conquista. Jamás prometí matrimonio para lograr sexo, y eso que conocí a algunas que daban sexo para lograr matrimonio. Yo lo único que pedía es que me dejaran hablar. Lo demás corría de mi cuenta. O de mi cuento. Hablaba yo y ellas oían. Después, consumado ya lo que se debía consumar, ellas hablaban y oía yo. Al principio me desesperaba tener que escucharlas, lo mismo antes que después. Quería decirles lo que Vicente Garrido en su canción: "No me platiques más". Luego pensé que oírlas antes era parte del foreplay, o sea de los preparativos para el acto del amor, y oírlas después era parte del agradecimiento. Si te platico lo que me platicaban pensarás que estoy inventando. Una me hablaba de su esposo, al que llamaba Colo, no sé por qué. "Colo dice; Colo piensa". Otra era estudiosa de la Biblia, y me dilucidaba tal o cual pasaje del Viejo o Nuevo Testamento. Todas hablaban de sí mismas, y luego de hacerlo por una hora me decían: "Pero ya hemos hablado mucho de mí, Felipe. Hablemos ahora de ti. Dime: ¿qué piensas tú de mí?". Una cosa te voy a decir, Armando: cualquier sacrificio es poco si con él obtienes un instante de amor, o por lo menos una aceptable imitación del mismo. Los hombres somos muy poca cosa, ¿sabes? en tanto que la mujer lo es todo. Es la vida. Y la vida lo es todo. Aprende a hablar, entonces. Y, más importante aún, aprende a oír, aunque no escuches. El arte de la seducción consiste en buena parte en saber hablar, pero sobre todo en saber oír. Todo lo demás te será dado por añadidura... FIN.