OPINIÓN

Primera vez

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE

3 MIN 30 SEG

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Habitación número 210 del popular Motel Kamawa. Ahí tuvo lugar el trance de libídine en el cual Afrodisio Pitongo, hombre lascivo e infatuado, cortó la flor de doncellez de Dulcilí, muchacha ingenua. A esa flor los norteamericanos la consideran fruto y le dan el nombre de cherry, o sea cereza. "Does she still has her cherry?". Eso equivale a preguntar: "¿Aún es virgen?". Lo curioso del caso es que la palabra se aplica también al varón. "Does he still has his cherry?". En mis tiempos empleábamos otro tipo de expresiones. De la mujer virgen decíamos, vayan ustedes a saber por qué: "Es quintito". Cuando un amigo tenía trato carnal con mujer por la primera vez usábamos una frase irreverente: "Ya hizo la primera comunión". Uno de nuestra palomilla -palomilla significaba grupo de camaradas- se había tardado en hacerla. Le dijimos que íbamos a llevarlo a una casa non sancta, y entendió que eso era algo así como una residencia elegante, motivo por el cual vistió una chaqueta fina que su mamá le acababa de comprar. Cuando llegamos al lugar y supo lo que ahí se hacía se impresionó bastante. Contratamos para él los servicios de una experimentada señora a la cual le informamos que nuestro amigo iba a hacer con ella la primera comunión. "No es el primero -dijo en tono profesional-. Déjenlo de mi cuenta". Condujo a nuestro nervioso camarada al cuarto donde ejercía su antiguo y necesario oficio. No pasó mucho tiempo, el necesario apenas para tomarnos quizás una cerveza. La dama regresó y nos dijo con laconismo igualmente profesional: "Vayan por su amigo". Preocupados fuimos en su busca. Lo encontramos tirado en la revuelta cama, derrengado, derruido, derrumbado, agotadas todas las potencias del cuerpo y las del alma, los brazos abiertos en cruz, la despeinada cabeza colgando del lecho, exánime, como entregando ya el espíritu a quien se lo dio. Nos vio y nos dijo con voz que apenas pudimos escuchar: "Muchachos: por favor entréguenle la chaqueta a mi mamá". Advierto, sin embargo, que me he apartado de mi inicial relato. Vuelvo a él. Terminado el trance erótico entre Afrodisio y Dulcilí, ella, que había ofrendado la gala de su doncellez al seductor, le preguntó ilusionada: "Afro: ¿crees que seremos felices cuando nos casemos?". Contestó, displicente, el avieso amador: "Depende de quién nos toque"... Mucha gente cree en el destino, en un hado ineluctable contra el cual no se puede luchar. Un refrán campirano describe eso: "Hasta los palos del monte tienen su destinación. Unos nacen pa' hacer santos. y otros para hacer carbón". A don Augurio Malsinado lo perseguía de continuo un sino adverso que lo llevaba, por ejemplo, a pisar cacas de perro o a tener que oír por fuerza las mañaneras de AMLO, pues el vecino de al lado, morenista extremo, ponía la tele a todo volumen para escuchar a su ídolo mientras se estaba bañando. (Mientras se estaba bañando él, no su ídolo). En lo que a mí se refiere mi destino fue no creer en el destino. Aunque... Pero otra vez he perdido el hilo del relato. Lo retomo. Don Augurio les contó con voz apesarada a sus amigos: "Conocí a una señora muy guapa. Me dijo: 'Ve a mi casa a las 9 de la noche. No habrá nadie'. Y me dio su dirección. Fui. Y en efecto, no había nadie"... Don Luchito y doña Pasita fueron en su juventud amantes ardorosos. Desde el primer día que se casaron -dicho mejor: desde la primera noche- se entregaron a un gozoso erotismo del cual derivaron al mismo tiempo placer intenso y amorosa intimidad. "Ahora -suspiraba la ancianita- tenemos solamente sexo oral". "¡Cómo!" -se asombró alguien que la oyó. "Sí -confirmó doña Pasita-. Nada más hablamos de él"... FIN.