OPINIÓN

Votos y caudillismo

Jesús Silva-Herzog Márquez EN EL NORTE

4 MIN 00 SEG

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El calendario nos impide percatarnos de la importancia de la elección que viene. Más que calendario solar, empleamos el calendario presidencial. Un capítulo de la historia mexicana cada seis años. La vuelta de los sexenios tiene, sin embargo, una cita crucial a la mitad de su curso. Los electores tienen en ese momento la oportunidad de reconfigurar el poder presidencial y, con ello, transformar la dinámica del poder. Fue, de hecho, una elección intermedia la que asentó institucionalmente el pluralismo en México. La elección de 1997 es la elección fundante de nuestra democracia. Cuando el viejo partido hegemónico perdió la mayoría en la Cámara de Diputados se le arrancó a la Presidencia el poder de mandar sin dialogar. A partir de entonces, la Presidencia fue un poder entre poderes, una institución con serias restricciones que solo podría dar un paso si era capaz de convocar adhesiones en la legislatura. Ni el título de legitimidad de la Presidencia, ni su cargamento de facultades eran suficientes para gobernar. Con la elección de medio término, el país le daba alojamiento institucional a la diversidad y obligaba al diálogo a todas las fuerzas políticas. Más que la elección del 2000, cuya carga de expectativas anunciaba la frustración, la elección del 97 marcaba el inicio de un nuevo régimen.