OPINIÓN

Adiós para siempre, adiós...

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Son las 10 de la noche del 8 de agosto de 1855. En el salón de ministros del Palacio Nacional se celebra una urgente reunión. Don Antonio López de Santa Anna ha hecho llamar a sus ministros para reiterarles su decisión de renunciar a la presidencia de la República. La nación, les dice sombrío, se muestra otra vez ingrata con él. Algunos malos mexicanos, levantados contra el Gobierno, han hecho del país un territorio de bandidos, y lo mismo en el norte que en el sur otros han seguido su funesto ejemplo. No vaciló él, declara, en abandonar su tranquilo exilio de Turbaco para venir otra vez a servir a la patria. Pero parece que algunos juzgan que sus servicios no son ya necesarios, y que, por el contrario, es nociva su presencia en la máxima magistratura. Corren por ahí libelos en que se le da el odioso título de déspota. Ese tal Zarco ha dicho en un periódico que el Presidente es el mayor enemigo de la libertad, y que luchar contra él es un acto de patriotismo. En tales condiciones, concluye, no puede gobernar, y por tanto presentará la renuncia y se irá.