OPINIÓN

La luz y las tinieblas.

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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El nombre de este capítulo tiene sabor deliberadamente maniqueo. Manes, como se sabe, es el creador de una filosofía cuya idea preponderante estriba en la lucha entre el bien y el mal. Cuando alguien, sin establecer gradaciones o matices, afirma que algo -una doctrina, una persona- es absolutamente bueno o absolutamente malo, se le tacha de maniqueo. Maniquea, por ejemplo, es la versión oficial de nuestra historia: los héroes son muy buenos, bonísimos, incapaces aun del menor acto de maldad, inmaculados e impolutos; los villanos, inventados también por los historiadores de día quince y día último, son, al contrario, malos, malísimos; su corazón late únicamente para la perversidad. Hidalgo, Juárez y Carranza (y hasta Obregón y Calles) son seráficos, angélicos, querubínicos. Iturbide, Maximiliano, don Porfirio, son otros nombres con los que se puede llamar a Luzbel, Satanás, Asmodeo, Astucia, Belcebú, Pecado y Barrabás, los siete diablos de las pastorelas.

La verdad monda y lironda es que no existen los héroes absolutos ni los villanos totales. Existen simple y sencillamente los hombres. En todos aquéllos a quienes la historiografía oficial consagra como héroes es posible encontrar faltas, a veces descomunales. Se salvan solamente los Niños Héroes, cuya temprana muerte les evitó llegar a la edad adulta, puerta que se abre ante todos los caminos de la claudicación. De Cuauhtémoc sabemos tan poco que es mejor decir con el luminoso acierto de López Velarde que es el "único héroe a la altura del arte". Y el arte nada tiene que ver con las valoraciones de la historia o la ética.

Viene a cuento esta digresión porque en la escuela se nos enseñó que todos los liberales eran muy buenos, especie de santos laicos, y todos los conservadores muy malos, ralea de infames que querían la destrucción de México. Sólo los años y las lecturas, igual que el conocimiento de mí mismo, me han enseñado que no existe -al menos en este imperfecto mundo en que vivimos- la luz esplendorosa de la bondad total ni la horrible calígine de la maldad completa. De angel y demonio estamos hechos los humanos, y en nosotros luchan combate denodado y permanente el bien y el mal. Si aprendiéramos eso no solamente entenderíamos mejor nuestra historia: más importante aun, lograríamos llegar a la gran reconciliación nacional. Los masones encontrarían rasgos de virtud en Miramón, uno de los más nobles y patriotas mexicanos, tachado injustamente de traidor, y los clericales dudarían -un poco al menos- de la realidad objetiva contenida en la visión que tuvo el santo obispo que aseguró que al elevar la Sagrada Forma vio a don Benito Juárez quemándose en las eternas llamas del infierno.

La lucha de liberales y conservadores no hemos de tratarla como la guerra entre un grupo de buenos y otro de malos, como en las películas de vaqueros que veíamos en las funciones de "matiné". Se enfrentaron en esa pugna dos concepciones diferentes del mundo y de la vida. En los conservadores privaban valores de tradición, de religiosidad y fe, de apego a un mundo fincado en la herencia española. Los liberales creían en el progreso, eran librepensadores y sus ideas estaban influidas por los franceses y los norteamericanos. Ambos acertaban en parte, y ambos en parte estaban equivocados. Nosotros, herederos de unos y otros, deberíamos buscar la manera de ponerlos -aunque sea póstumamente- en paz.