OPINIÓN

La tempestad

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Don Ignacio Ramírez, "El Nigromante", tiene mi simpatía por dos motivos. El primero es que se opuso vehementemente al fusilamiento de Maximiliano. Con acritud muy grande reprobó que Juárez lo hubiese mandado matar. La ejecución, dijo, era "un inútil extremo que no aumentaba la talla de los vencedores". La segunda causa por la cual estimo a don Ignacio es que amó a las mujeres hasta el final de su existencia. Anciano, seguía cayendo en trances amorosos que sólo podía ya desahogar escribiendo a sus musas poemas muy sentidos. Uno de ellos es el lindo soneto en que se queja de que el Amor le haya presentado a una mujer muy bella cuando los años habían hecho en él estragos tales que ya no estaba en aptitud de contestar el desafío de la hermosa. En ese soneto Ramírez le pide al amor que le devuelva sus armas de juventud. "Y luego -le dice retador-, tú mismo a mis rivales acaudilla".