OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

Yo siento amor por las palabras, entre otras cosas porque de ellas vivo. 

Cuando hablo con la gente campesina de Ábrego me sucede lo mismo que a don Francisco J. Santamaría, gran lexicógrafo, gobernador que fue del estado de Tabasco. Los lugareños iban a tratarle algún asunto, y al hacerlo usaban sus palabras y expresiones. Oía don Francisco alguna que le llamaba la atención y de inmediato interrumpía al hablante: 

-A ver, a ver, a ver. ¿Cómo dijiste?

Tomaba una libreta, apuntaba la locución o el vocablo y le pedía al que lo había dicho que le aclarara su significado. Cuando el visitante concluía su explicación don Francisco se la agradecía cumplidamente y lo despedía luego con afabilidad, de modo que el aturrullado peticionario se iba sin haber planteado su solicitud.

Las palabras son fruto de siglos, bien valioso. Por eso me duele verlas tan mal usadas en las redes sociales. No hablo de faltas a la ortografía. Hablo de faltas a la dignidad humana; hablo de las injurias que proliferan ahí, de las graves ofensas y bajunos denuestos en que se muestra lo peor que hay en el hombre. No deberíamos tolerar esas ruines manifestaciones, y menos aún difundirlas. ¿Libertad de palabra? No. Burdo atentado contra ella y contra las personas. 

¡Hasta mañana!... 

PRESENTE LO TENGO YO

Osos

La última vez que fui a Chihuahua oí hablar de don Píoquinto Almada. Ahora ya nadie se llama Píoquinto, y qué bueno, pero antes a muchos niños les asestaban el nombre de ese Papa que fue santo. 

Don Píoquinto era boticario en un pequeño pueblo de la sierra. Se ocupaba en preparar las pócimas y ungüentos que recetaba el médico, el único que había en el lugar. Por las tardes recibía en la botica a un grupo de tertulianos que comentaban los sucesos del día, sobre todo los de índole política. Tema obligado era también la guerra, pues por los días que cuento se combatía en los frentes de la Europa. Eran los años de la Primera Guerra Mundial, del 14 al 18 del pasado siglo.

En los ratos libres que le dejaba la atención de su establecimiento don Píoquinto se dedicaba a escribir. Escogió un género muy difícil: el dramático. Quiero decir que era autor de teatro. Compuso un par de sainetes que fueron llevados al palco escénico -esa expresión era obligada- por el grupo local de aficionados. Las dos piezas tuvieron buena acogida por el público, y don Píoquinto quedó consagrado como dramaturgo.

Se dispuso, pues, a empresas de mayor aliento. Anunció que iba a escribir un drama. ¡Un drama! Aquella noticia causó gran expectación. No se hablaba en el pueblo de otra cosa. He aquí que don Píoquinto Almada, el gran autor, iba a sacar de su estro un drama. Ya no un sainete, ni una comedia, y ni siquiera una "alta comedia" como las de Benavente, Linares Rivas o Echegaray, sino un drama como los del señor Tamayo y Baus. 

El pueblo entró en espera. Cuando la gente pasaba por la botica bajaba la voz, no fuera que don Píoquinto estuviera escribiendo. Los cocheros daban la vuelta para no cortar la inspiración del vate con el pisar de sus cabalgaduras y el ruido inoportuno de las ruedas.

Le preguntaba el alcalde a don Píoquinto:

-¿Cómo va eso, poeta?

-Marcha, marcha -respondía el autor.

Pero pasaban los meses y el drama no se concluía.

-Zamora no se hizo en un día -dictaminó el notario, uno de los amigos tertulianos. De dos proverbios hizo uno: el de Roma, que efectivamente no se hizo en un día, y el de Zamora, que no se tomó en una hora.

Cumplido un año del anuncio la gente empezó a murmurar. Ya se sabe cómo es la gente. ¿Jamás acabaría su drama don Píoquinto? Presionado por las circunstancias el dramaturgo dio a conocer en una junta del casino el argumento del primer acto de su obra. Raimondo, joven acomodado, conoce a Matilde, muchacha del pueblo, y se enamora de ella. (Buen principio). Matilde, sin embargo, ama a Rodulfo, quien a su vez está poseído de una insana pasión por doña Elvira, esposa de don Acisclo, preboste de la villa. El telón del primer acto cae cuando se entera don Acisclo del amor infame de Rodulfo y lo desafía a duelo. 

Mañana el segundo acto.

EL ÚLTIMO DE CATÓN

Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, esposa de don Sinople Gules, estaba muy orgullosa porque le habían terminado de construir su nueva casa. Le preguntó una amiga: "¿Y tienes dónde recibir a tus amistades?". "Desde luego -respondió ella, ufana-. Solamente en mi recámara hay tres clósets".

MANGANITAS

Por AFA

" Dice un médico que el mejor anticonceptivo es un té de manzanilla".

Una chica -me enteré-