OPINIÓN

Ofrecimiento

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE

3 MIN 30 SEG

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"Te pagaré el triple de lo que cobras -le dijo el individuo a la sexoservidora del lupanar llamado "El columpio del amor"-, pero ha de ser como yo quiera". La mujer pensó que el sujeto era uno de esos clientes sadomasoquistas que incurren en violencias como el spanking o english discipline, o sea azotainas eróticas, y como tenía en alto aprecio su trasero, pues era uno de sus más visibles atractivos, declinó la oferta. El tipo buscó a otra daifa del local y le hizo el mismo ofrecimiento: "Te pagaré el triple de tu tarifa usual, pero ha de ser como yo quiera". Ésta segunda mesalina supuso que el hombre gustaba de realizar el acto por impropia vía o vaso no idóneo, lo cual era a su juicio una acción contra natura. "Soy puta, pero decente", le espetó al fulano con aire de ofendida dignidad. Y así diciendo le dio la espalda, pues otra cosa no se avino a darle. El coime del establecimiento -"coime" es el mozo, recadero o criado de un burdel- se percató del afán del extraño visitante y le sugirió: "Vaya usted con la Chivata, aquella grandota de pelo colorado que está en la mesa del rincón. Ésa, habiendo dinero de por medio, agarra hasta puñaladas". Se dirigió el tipo a la mencionada furcia, y aunque la vio ya entrada en años le hizo la misma proposición que a las otras: "Te daré tres veces lo que ganas por una vez, pero ha de ser como yo quiera". La tal Chivata había ejercido su antigua profesión en toda clase de ramerías, ya de frontera, ya de puerto, ya de poblacho o ciudad grande. Curtida por largos años de trabajo en los más diversos antros, se las sabía de todas todas; había practicado numerosas veces lo que en la jerga de su oficio se llaman "las tres cosas", y se jactaba de dominar el trívium y el quadrivium de la sensualidad. Así, motivada por la oferta del sustancioso pago, aceptó ir con el tipo a una habitación de sugestivo nombre, "La oriental", así designada por la madama del lugar porque tenía en una de las paredes el viejo almanaque de un café de chinos. Las mujeres de la romería, los hombres que ahí estaban, el ya supracitado coime y hasta la mariscala misma -así es llamada también la regenta de una manfla o lenocinio- se aglomeraron ante la puerta del cuarto a fin de oír los gritos que de seguro proferiría la Chivata en el curso de las acciones con aquel exótico cliente. Ningún grito se oyó. Se escuchó sólo el acompasado rechinar del colchón de resortes y el golpeteo, igualmente rítmico, de la cabecera de la cama al pegar en compás de tres por cuatro, valseadito, contra la pared. No mucho después se abrió la puerta del aposento y salió el individuo muy campante anudándose la corbata y alisándose el cabello. Tras él apareció la tal Chivata llena de indignación, gritándole al sujeto toda suerte de tremendas maldiciones y pesadísimos denuestos. Le preguntó, alarmada, una de sus compañeras: "¿Cómo quería el tipo?". "Igual que todos el cabrón -respondió hecha una furia la mujer-, pero fiado"... Al relatar este suceso, no sé si apócrifo o verídico, no pude menos que recordar una anécdota de familia. Un cierto tío mío, hombre de campo, quiso comprar una camioneta pick up, para cuyo efecto vino a la ciudad y se apersonó en una agencia de autos de la cual era antiguo conocido. Vio una camioneta que le gustó, y preguntó su precio. Le informó el gerente: "Cuesta 30 mil pesos". "¡30 mil pesos! -se encrespó mi tío-. ¡Es un robo! ¡Un asalto! ¡Una sinvergüenzada! ¡Está carísima!". Ofreció, sin alterarse, el de la agencia: "Se la fiamos, don Fulano". Cesó al punto la iracundia de mi tío y declaró, dulcificando el tono: "Me gusta el precio"... FIN.