OPINIÓN

Otro preso de San Juan de Ulúa.

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Temperamento de azogue tenía el padre Mier. Desde las cimas de la más arrebatada exaltación caía hasta las simas del más profundo desánimo. Lee uno su encendido manifiesto ("¡Animo y peliemos!", así con i), y queda convencido de que la empresa de arrebatar México a los gachupines habría de ser miel sobre hojuelas, tortas y pan pintado. Pero después de la fracasada defensa del Soto la Marina, cuando el fuerte que mantenían los insurgentes es tomado por el realista Arredondo, vemos cómo fray Servando, ya prisionero, pierde toda esperanza y para salvar la vida dirige una carta de sumisión al virrey impetrando su clemencia.

Sin embargo eso será después. Por ahora fray Servando camina muy ufano por los senderos de la guerra. Esgrime no sable o lanza, que el uso de esas armas no iba con su temperamento, sino ideas. Proclama la misma tesis que habían manejado Morelos y otros partidarios de la independencia: la presencia de los españoles en tierras de América era el resultado de un bárbaro acto de usurpación mediante el cual el conquistador había arrebatado a los antiguos reyes mexicas sus derechos al trono. Roto el yugo español por el triunfo de la insurgencia, se restablecía aquella antigua nación mexicana y volvían sus habitantes a disfrutar el reino de sus antepasados indígenas, sin que para eso obstara el paso de 300 años. Proponía fray Servando que se borrase por siempre el nombre de "Nueva España" que se daba a estas tierras y que en su lugar se usara el nombre "Anáhuac" para designar a la nación. La tesis, por supuesto, es falsa: no había existido ninguna nación anterior a la llegada de los españoles, y a ninguno de los muchos pueblos dispersos en el extenso territorio que los españoles conquistaron podía atribuirse la calidad de representante o antecesor de la nacionalidad mexicana. No era posible, por otro lado, borrar de un plumazo los hechos de la historia: la conquista, los tres siglos de fecunda presencia hispánica en América, el mestizaje Es cierto que los historiadores políticos pueden hacer lo que ni siquiera el gran Dios con toda su omnipotencia puede conseguir, que es cambiar el pasado. Pero los hechos son muy tercos, y frente a la ilusoria tesis de la nación recobrada estaba el nacimiento de una nueva nacionalidad que los partidarios de la independencia no querían ver, pues su odio pertinaz al gachupín -muy explicable, por otro lado- les impedía ver el otro lado de la luna. 

Cuando cayó Soto (de) la Marina, fray Servando fue hecho prisionero, se cayó seis veces de su mula, a la séptima se fracturó un brazo, el derecho, y fue llevado a México. En el camino escribió una angustiada y angustiosa misiva a un su amigo de muy pomposo nombre, pues se llamaba don Antonio Pomposo. De otro amigo hubo de valerse el padre Mier para hacer la carta, a causa de tener, decía en ella, "rompido el brazo derecho, por lo que no puedo escribir". Así, con el brazo "rompido", fray Servando escribe a su amigo don Antonio para decirle que envió un memorial al señor virrey. "En ese memorial está toda mi esperanza contra la tempestad que espero por instantes". La explosión que temía fray Servando era que lo mandaran preso a San Juan de Ulúa, lo que equivalía a una verdadera sentencia de muerte. Recordaba el padre Mier al mercedario fray Melchor de Talamantes, limeño de nacencia, insigne precursor de la independencia mexicana. Cuando llegó a la Nueva España la noticia de la invasión napoleónica y la prisión de los reyes, fray Melchor, que vivía en México, difundió la idea de que en América se formasen juntas semejantes a las que en España se habían formado para preservar los derechos del trono usurpado por Bonaparte. Los peninsulares consideraron que esa era una idea subversiva, y como sospecharon que el virrey Iturrigaray simpatizaba con ella como medio para erigirse en rey de México, lo apresaron, y con él fue fray Melchor a la cárcel acusado nada menos que de 120 delitos. Aunque se defendió airosamente de todos y cada uno de ellos -era hombre sabio y diestro en debatir- fue condenado a prisión y enviado a San Juan de Ulúa, donde no tardó en morir víctima de la fiebre amarilla. No se fue de este mundo Talamantes sin antes disparar al nuevo virrey, don Pedro Garibay, muy agudos acrósticos de escarnio. Pero ése es menguado consuelo. Ya se veía fray Servando convertido en un amarillo cadáver como su hermano de religión, y por eso juzgó prudente acogerse a la misericordia del virrey.