OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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¿Qué clase de academia es la Academia? Quiero decir la Real Academia de la Lengua. No registra en su copioso diccionario la palabra "perón". ¡Cuán grave omisión ésa! ¿No sabrán los ilustres académicos, tanto peninsulares como mexicanos, que ese fruto es uno de los más excelsos de los que ofrece Mamá Naturaleza? ¿Ignoran acaso que Saltillo tuvo huertos umbríos donde se daba el perón en abundancia, junto con el membrillo, fruto también de cepa saltillera? ¿Jamás leyeron el hermoso poema de Ramón  López Velarde en que el poeta anhela hallar una mujer con "la carne de luz de los perones cristalinos"?

En mi opinión basta esa falla para anular todo el diccionario y tenerlo por no escrito. También, de paso, cabe borrar lo hecho por don Francisco J. Santamaría, ínclito lexicógrafo que formó un robusto "Diccionario de Mejicanismos". Don Pancho sí recogió el vocablo, pero dice que perón es variedad de pera, y arriesga luego, cauteloso: "Debe ser el pero". El pero está en que el pero no tiene nada qué ver con la pera. Es variedad de manzana. De ahí lo de perón.

Pero dejémonos de palabrería sobre la palabra y digamos que así como hay animales en vías de extinción también hay frutas que están desapareciendo. Por ejemplo, ya es difícil encontrar aquellos agridulces tejocotes de color rojo encendido que tanto se vendían aquí el Día de Muertos y que servían para hacer una riquísima jalea de sabor impar y una conserva de factura minuciosa, pues había que sacar con aguja de tejer las diminutas semillas del pequeño fruto. Tampoco hay ya membrillos en nuestra ciudad; es necesario traerlos de otras partes si queremos gozar la cajeta que alguna vez fue emblema saltillero. 

Y sin embargo yo acabo de recoger una cosecha de milagro. Gerardo Dávila, hacedor de prodigios vegetales, me regaló el año pasado una docena de arbolitos de perón. Los llevé al Potrero, paraíso donde son raras las heladas y donde la gente no recuerda ya cuándo fue la última vez que granizó. Los plantamos en el solar de la casa para darles la protección adicional de los altos muros de adobe que circundan el huertillo. 

Y he aquí que prendieron todos los arbolitos, pues tienen mucha vida los que salen del vivero de Gerardo. Hace unos días, en estos últimos de agosto, uno de ellos ensayó y nos dio su primicia: un canastillo de preciosos perones que recogimos reverentemente, como si fueran hostias consagradas. Con ellos hizo mi señora una cajeta que le quedó perfecta, con ese verde maravilloso, transparente, que sólo tiene la cajeta de perón.

¿Y de sabor? No me pregunten. Estoy guardando, avaro, la cajeta para dejar que se haga en ella esa corteza que cruje levemente cuando uno hinca el diente en el manjar. Vendrán los días otoñales o invernizos y probaré entonces tan grande maravilla. Daré gracias a Dios y a su jardinero, este Gerardo Dávila sapiente. Él y él han preservado el árbol de perón para que no se pierda, y también para que nuestros hijos y los hijos de ellos sepan lo que es cajeta. Deo gratias.