OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

VARIACIÓN OPUS 33 SOBRE EL TEMA DE DON JUAN

Simone Calignani, impresor veneciano, visitó a Don Juan en su casa de Sevilla. 

El famoso seductor era ya anciano: bordeaba los 60 años de edad. Tenía el cabello cano y el andar dudoso; las arrugas de su rostro parecían heridas de batalla. Sus ojos, sin embargo, conservaban el brillo de la juventud, y había en su ademán la elegante prestancia de los antiguos tiempos.

Calignani le propuso a Don Juan que escribiera sus memorias. Él las publicaría en un libro que haría circular por toda Europa. Dividirían las ganancias por igual. Con el dinero que recibiría, y con el que ganaría él, los dos podrían pasar tranquilamente los últimos años de su vida.

El sevillano rechazó la propuesta sin dudar. Le dijo al visitante:

-No tengo memorias qué escribir. De corazón adentro tengo recuerdos, muchos. Puedo decir el nombre de todas las mujeres a quienes amé, y evocar las horas que pasé con cada una de ellas. Pero de corazón afuera tengo sólo olvidos. A nadie digo nada de mi vida, ni hablo nunca de quienes conmigo la vivieron.

Calignani regresó a Venecia sin haber logrado su propósito. Don Juan quedó en Sevilla, feliz con sus recuerdos y orgulloso de sus olvidos.

¡Hasta mañana!...

PRESENTE LO TENGO YO

Osos (II)

Don Píoquinto Almada es boticario. Eso para ganar la vida. Para ganar la inmortalidad es escritor. Ahora está entregado a la tarea de componer un drama. Lo tiene prometido a su ciudad. Pero ha pasado el tiempo y no da a luz la musa de don Píoquinto. La gente empieza a murmurar. Una comisión de vecinos encabezada por el alcalde va a la botica a preguntar al dramaturgo cómo avanza la obra que ha ofrecido. 

Turbado, vacilante, responde don Píoquinto que tiene terminado ya el primer acto. El alcalde lo emplaza a que en sesión pública lo lea. Así obligado da a conocer don Píoquinto el argumento de esa primera parte, a reserva de escribirla luego. Raimondo, joven de buenas familias, se ha enamorado de Matilde, muchacha de origen humildísimo. Ella ama en silencio a Rodulfo, estudiante, quien a su vez siente pasión por doña Elvira, esposa del preboste don Acisclo. 

-Interesante trama -decreta el señor alcalde después de breve consulta con los demás munícipes-. ¿Cuándo conoceremos el argumento del segundo acto?

Don Píoquinto lo promete para la próxima semana. Pero pasan los siete días, y pasa un mes, y pasan dos y tres, y el tema del segundo acto no sale del estro del apremiado dramaturgo. ¿Quién puede trabajar con la presión del vulgo? Otra vez va la comisión a ver a don Píoquinto en la botica. Se cita a nueva sesión en el casino, y ahí da a conocer el autor el argumento del segundo acto. Don Acisclo se entera por Raimondo de la insana pasión que Rodulfo siente por doña Elvira, su mujer. Lo reta a duelo. Matilde, enamorada de Rodulfo, pide a Raimondo -enamorado de ella- que disuada a don Acisclo de su intento. Habla Raimondo con doña Elvira a fin de que interceda ante su esposo. Rodulfo se entera de la entrevista y le echa en cara a doña Elvira su traición. El telón cae cuando entra don Acisclo. Lleva un puñal en la mano. ¿A quién irá a matar?

Seis meses después el dramaturgo, incapaz de hacer frente ya a la demanda popular, comparece otra vez en el casino y da a conocer el acto tercero, y último, de su obra. Rodulfo detiene la mano con que el furioso don Acisclo va a asesinar a su mujer. Llega corriendo Raimondo, y doña Elvira cae en sus brazos. Entra Matilde, y revela su amor por Rodulfo. Don Acisclo, en paroxismo de celos, se va a colgar del cortinero de la sala. Grita doña Elvira, que ha vuelto en sí de su desmayo. Matilde llora su perdido amor. Amenaza Rodulfo con matar a Raimondo. Éste jura venganza contra don Acisclo. El preboste, que no se ha suicidado, regresa otra vez con el puñal en alto.

-¿Cómo termina la obra? -pregunta, impaciente, el alcalde a don Píoquinto.

¡Qué pregunta! A don Píoquinto se le ha enredado la pita. No sabe cómo desenredar aquella trama, más complicada aun que la de "El Trovador". Ahí están todos sus personajes, gritando unos, gimiendo otros, vociferando todos, queriéndose suicidar éstos, pidiendo morir aquéllos, amenazando muerte los demás. ¿Cómo acabar aquello?

Repite el alcalde su perentoria inquisición:

-¿Cuál es el final de la obra?

Iluminado por un súbito rapto contesta don Píoquinto:

-En ese momento entran en la habitación cinco osos negros y se los comen a todos.

Y así diciendo el genial dramaturgo abandona el salón. Antes de salir, empero, le grita al culto y exigente público:

-¡Y ya no me estén jodiendo!

EL ÚLTIMO DE CATÓN

Ovonio Grandbolier, el hombre más perezoso del condado, le dijo una mañana a su mujer: "Hoy me levanté con ganas de trabajar". "¿De veras?" - se asombró ella. "Sí -confirmó el tal Ovonio-. Voy a acostarme otra vez, a ver si se me pasan".

MANGANITAS

Por AFA

" Un ebrio le pidió a su esposa que le abriera la puerta de la casa. Le dijo que la iba a coger 'como a las lagartijas'".

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