OPINIÓN

La última razón

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

0 MIN 30 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
He aquí un sabroso relato. Lo escribió don Artemio de Valle Arizpe, que nos da a saber el afecto que tenía al poder don Benito Juárez.

"Don Benito Juárez fue el primer presidente que vivió en la pequeña casa del ala Norte, que tenía puerta por la calle de la Moneda, frente al Arzobispado, su enemigo obsesionante. Allí falleció el Benemérito a las once y media de la noche del 18 de julio de 1872. Casi repentina fue su enfermedad, pues el 17 aún estuvo despachando impasible como esfinge, y a las cinco de la mañana del día siguiente anunciaban su muerte a la ciudad los cañones de Palacio.

"Dos días antes de morir entró una mañana en su triste alcoba de enfermo don Darío Balandrano, director que era del Diario Oficial, a llevarle, según constante costumbre, los periódicos del día que siempre examinaba el presidente con todo cuidado, renglón a renglón, antes de salir de la cama. Comentaban tal o cual noticia cuando llegó el ministro de la Guerra don Ignacio Mejía, al que cariñosamente se llamaba Tío Nacho, quien, luego de preguntar a don Benito, con mucho interés y comedimiento, por el estado de su mala salud, se puso a hablar de las próximas elecciones presidenciales, lamentando con frases conmovidas que pudiese ocurrir la desgracia de la muerte del gran Juárez, y no se hubiera aún pensado en la sucesión, para que no cayese el poder en persona de otro bando político distinto al de ellos, y, por lo tanto, manifestó, esperaba que le diese el nombre del candidato en el cual se hubiera fijado, a fin de trabajar por él con sus amigos con todo empeño, para sacarlo de triunfo;  pero, aunque repitió varias veces y en distinta y suave forma la pregunta, don Benito Juárez no despegó la boca para responder. Selló los labios y guardó silencio.

"Viendo esto Tío Nacho ya no insistió más, y puso la plática con amenidad en asuntos diferentes a la política y, a poco, se despidió deseando con palabras finas, cariñosas, el pronto alivio del enfermo. En el momento que abría la puerta para retirarse, lo llamó don Benito, quien, dándose leves golpecitos con la punta de los dedos en el pecho, como señalándose a sí mismo, le dijo en voz desfallecida, apenas perceptible:

"-Nacho, siempre yo...

"Esta anécdota la contó el mismo señor Balandrano a mi estimado y distinguido amigo don Joaquín Haro y Cadena, quien, a su vez, me ha hecho el favor de referírmela para demostrar el férreo carácter del Benemérito, su firmeza, y el apego invencible que tuvo siempre al poder, que quería conservar como pago de sus glorias, pues ya para entregar la vida en manos de la muerte, pensaba aún continuar en el mando.

"Otra anécdota que narra el abogado don Querido Moheno en 'Mi actuación política después de la Decena Trágica' demuestra la porfiada tenacidad para agarrarse a la presidencia que tenía el dicho tozudo Benemérito, a la que se asió fuertemente hasta que lo sacó de ella la muerte. Sólo así la dejó. Son calumnias eso que don Benito Juárez no quisiera soltar el gobierno. Si ensangrentó el país en cada reelección, fue sólo por amor a la patria, por espíritu de sacrificio... y nada más."

"Cuéntase que uno de los ministros, compadre e íntimo de Juárez (1806-1872), separado del gobierno por haber tenido ciertas pretensiones a la presidencia, permaneció durante el resto de su vida distanciado de don Benito.

"En artículo de muerte el ministro de referencia, los amigos de ambos intentaron y lograron una reconciliación, que se tradujo, desde luego, en una visita de Juárez al enfermo. Este reprochó a Juárez lo mal que le había tratado, y entonces el presidente, que también fue un dictador, le contestó:

"-Compadre, en este país la presidencia no se deja sino por dos motivos: por un gran ideal o por un gran temor; pero cuando el presidente es indio, no la deja ni por eso."