OPINIÓN

Las cosas de fray Gregorio.

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Buenos servicios había prestado fray Gregorio de la Concepción a la causa de los insurgentes. Conoció a Allende en San Miguel y a Hidalgo en Dolores; entró en conspiración con ellos; en San Luis Potosí se lanzó a la revuelta, y ayudó a que la señorial ciudad quedara en poder del movimiento. Vencidos los caudillos en Puente de Calderón, fray Gregorio los acompañó en su viaje al norte, y cayó prisionero junto con ellos en Baján.

En sus memorias narra fray Gregorio que lo acompañaba siempre un jovencito de edad de once a doce años que se llamaba Adriano Vélez. Con la mayor ternura se refiere el fraile a ese chico cuando habla de él. "-Mi muchachito", "mi niño", "mi chiquillo", son expresiones que usa para designarlo. Quién sabe de qué manera se las había arreglado fray Gregorio para que su amiguito fuera nombrado capitán del ejército insurgente pese a sus pocos años, y Adriano lucía muy orgulloso la chaquetilla con las insignias que correspondían a ese grado.

Cuando el prendimiento en las Norias de Baján, Adriano  fue hecho prisionero con fray Gregorio, del que no se separaba ni para dormir, pues lo hacía siempre a sus pies después de haberlo servido todo el día con atenciones muy solícitas en calidad de su asistente. Los dos fueron a Monclova, y ahí pasó fray Gregorio un susto muy grande. Dejemos que él nos lo cuente:

"Nos metieron en una sala que tenía en medio una gran mesa, tres bancas y dos velas encendidas, y lo que más nos llenó de pavor fue ver ya con dos pares de grillos a Aranda. 

"Nos sentamos todos temblando, y mi muchachito llorando, y como al cuarto de hora entraron dos soldados cada uno con un costal de grillos y esposas. Nos quedamos fríos al ver todo esto, y todos estábamos cadáveres, y luego entró Elizondo muy acompañado de gachupines, y al primero que llamaron fue a mí. 

"Me sentaron en el suelo para ponerme los grillos o las esposas. No las pude aguantar, porque a los dos minutos ya tenía las manos más negras que mi hábito.

"Estando en esta maniobra llamaron a Elizondo con prisa, y fue que toda la tropa empezó a disgustarse porque nos ponían prisiones a los sacerdotes. Con esto mandó Elizondo traer lazos, y entró, y me mandó quitar las prisiones, y luego que trajeron los lazos nos fueron amarrando los lagartillos por atrás, pero tan fuerte que muchos padres lloraban como unas criaturas. 

"Así nos fueron sacando fuera, y a unos los montaban en caballos con fustes pelados, y a otros en mulas aparejadas".

Cuando ya sacaban a fray Gregorio para subirlo a su cabalgadura, oyó que su muchachito lloraba desgarradoramente. 

"Y era -cuenta muy enojado el fraile- que quería quedarse con él Elizondo, prometiéndole que lo haría heredero suyo". Adriano se resistió, "y dijo el pobre muchacho que en donde yo muriera moriría él, y así que vieron su resolución me lo pusieron en las ancas del caballo y salimos a la plaza".

Intrincados vericuetos tiene la historia, y el que ésta narra no entiende cabalmente la súbita afición que sintió Elizondo por aquel tierno jovencito. ¿Le hacían falta capitanes para sus tropas? ¿Quería tenerlo de asistente, y vio quizá con envidia los tiernos cuidados de que Adrianito hacía objeto a fray Gregorio de la Concepción? Quién sabe. Guarde el Cielo al narrador de la tentación de arrojar sobre el diestro y viril capitán Elizondo la tacha de envidioso, o la peor de aficionarse a quien no debía. Cada uno aplique su caletre a estos sucesos, narrados tal como de ellos dejó constancia fray Gregorio, y saque sus conclusiones, pero sin caer en las culpas en que incurren los murmuradores maliciosos.