OPINIÓN

La segunda caída

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Juárez se hallaba en el poder, sí, pero los conservadores estaban muy lejos de darse por vencidos. Por todas partes había levantamientos contra el gobierno, al que la mayoría del pueblo consideraba tiránico. Otra de las grandes mentiras oficiales es que Juárez gobernó siempre con la voluntad de los mexicanos. Esa es enorme falsedad. Juárez representaba a un partido extremista, el de los liberales "puros" o "rojos". Su programa, que en buena parte le fue impuesto por los norteamericanos, vulneraba muchos de las instituciones más caras al pueblo, sobre todo las que tenían que ver con el ejercicio de su religión. No nos preguntemos ahora si tales instituciones eran las necesarias al bien de la nación. Conocemos de sobra los tremendos abusos que la Iglesia hizo de su poder; he repetido una y otra vez que México sufrió daños incontables por la obtusa cerrazón de los jerarcas católicos, quienes jamás dieron muestra de considerar el bien de la patria en que vivían y miraron sólo a la conservación de la Iglesia y de intereses que ellos consideraban sagrados, en puridad intereses mundanales. A las exhortaciones que muchos buenos mexicanos les hicieron para que dejaran de lado esos intereses y miraran al bien de México, los obispos respondían solamente con aquella terrible frase que cerraba la puerta a cualquier intento de conciliación: Non possumus. No podemos.

Sin embargo, el pueblo estaba con la Iglesia. Ese es un hecho cuya valoración política está más allá de un historiador. Juárez y los liberales más rabiosos -Ocampo y Lerdo, sobre todo- no vacilaron en pasar por encima de la Constitución y de la representación del Congreso para llevar adelante sus tremendas reformas, que ahora vemos como justificadas, y aun necesarias para el progreso y la libertad, pero que en aquellos años eran vistas como demasías impuestas por un gobierno despótico. El destierro de los obispos, obra de la pura voluntad de Juárez, se vio como el acto de un tirano. 

¿Qué sucedía con don Benito? Ni siquiera se le consideraba adalid de los liberales: otros de mayor mérito e ideas más claras había en el partido de los "rojos". La prueba es que su estancia en la presidencia de la República se vio por los mismos liberales como un acontecimiento pasajero, fruto de la accidental presencia de Juárez en la Suprema Corte cuando Comonfort dejó el poder. Juárez mismo declaró a su llegada a México que su desempeño de la máxima magistratura sería provisional. Así, entre los liberales unos empezaron a trabajar para poner en la presidencia a Jesús González Ortega, quien tenía "ángel" y gozaba de popularidad; otros comenzaron a hacer movimientos a fin de sentar en la silla a Lerdo, en quien se veían méritos intelectuales para gobernar. ¡Menuda sorpresa se llevarían ambos, los lerdistas y los gonzalistas! Juárez se agarró al poder como una lapa, y ya no lo soltaría jamás.

La lucha, sin embargo, no había terminado. Seguía "la segunda caída".