OPINIÓN

Últimas andanzas de fray Gregorio.

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Grande fue el susto de fray Gregorio de la Concepción cuando Ignacio Elizondo pretendió quedarse con el dulce muchachito que lo acompañaba siempre. Afición súbita cobró Elizondo a aquel capitancito de doce años, y para quitárselo al fraile le ofreció que si se iba con él lo haría su heredero. Y eso que Elizondo tenía ya hijos.

Pero no fue ése el último sobresalto que por causa de su amiguito pasaría fray Gregorio. "Al otro día -seis jornadas después de haber salido de Monclova- llegamos a la hacienda de los Adobes, y como a las 12 de la noche vi que se llevaron al señor Hidalgo, y luego vinieron por mi jovencito, que siempre se acostaba a mis pies, y los metieron en un cuarto en donde veíamos mucha luz. Todos pensamos que nos iban a matar, y no nos atrevíamos ni a menear, pero como a las dos horas nos trajeron a nuestro viejecito y a mi joven, y por entonces no pudimos sacar nada, hasta el otro día, que me dijo mi chiquillo que como él era el obligado para irles a quitar los calzones a todos para hacer sus necesidades, le dijo el señor Hidalgo que le desatara un chorizo de onzas (monedas) que traía amarrado a la cintura, y se las diera al centinela, y le dio a otros de dichas onzas. Lo supo el comandante, y dijo que venía comprando a la tropa, y por eso lo iban a matar esa noche".

Entre esos sustos y otros más grandes llegó fray Gregorio a Durango con su muchachito. En esa ciudad separaron al fraile de Adriano, que fue llevado a la cárcel pública de la ciudad. "No sé -dice fray Gregorio- cómo no me caí muerto al verme sin aquel inocente que nos sirvió de  tanto  consuelo y alivio a todos. Al irse se me hincó y me besó los pies engrillados, y me dijo adiós, pero con la mayor ternura, y fue a padecer las mayores miserias". No vuelve a referirse fray Gregorio al jovencito después de esa despedida; sólo se conduele de que al consumarse la Independencia no recibió ningún premio por los afanes y congojas que hubo de padecer al lado de los insurgentes. "Nos afligía verlo casi en cueros, los bracitos quemados, los pies echando sangre... Y lo que ahora me consterna es que viviendo este pobre y habiendo hechas repetidas instancias no le han hecho el más mínimo aprecio".

Cuatro años estuvo preso en Durango fray Gregorio de la Concepción. Enfermo, dolorido, macilento, cada día pensaba que iba a ser el último de su existencia. Trasladado a San Luis Potosí y reducido de nuevo a su convento en calidad de prisionero, lo maltrataban mucho de palabra y obra sus hermanos de religión, lo insultaban de continuo, se burlaban de él diciéndole que se le había ido el obispado que seguramente iba a tener al triunfo de los insurgentes, le daban de comer tan sólo las sobras que dejaban. Muy atribulado estaba fray Gregorio. Escapó del fusilamiento sólo porque Salcedo recordó que fray Gregorio había ayudado a preservar la vida de más de un ciento de peninsulares. Juzgado en San Luis Potosí por un tribunal de militares se salvó otra vez de morir por un pelito: se hizo una votación entre los siete capitanes que formaban el consejo de guerra, tres de ellos españoles, cuatro criollos. Aquéllos, los rencorosos gachupines, votaron por que fray Gregorio fuera llevado al paredón; éstos, los criollos, votaron por que se le desterrara. Como eran cuatro salieron adelante con su proposición y el revoltoso fraile fue enviado al exilio. 

Fue a dar por eso a San Juan de Ulúa, donde pasó nuevas penalidades, y de ahí fue embarcado a España por la ruta de La Habana. Debería cumplir su destierro en Ceuta, de África. Quién sabe cómo le haría fray Gregorio, que consiguió que le permitieran quedarse en España, con el país por cárcel. Ahí estuvo hasta que las Cortes liberales decretaron la amnistía para todos aquellos que padecían destierro por causas de política. Regresó a México en 1821 "tiempo en que ya había dado el grito el gran héroe de Iguala". Se refiere fray Gregorio a Iturbide. Se presentó el carmelita ante el superior de su orden, que le hizo mala cara: "¿Ya está aquí esta buena maula?" -le dijo en la suya-. Después de ímprobos trabajos consiguió fray Gregorio que le dieran una pensión semejante a la que ahora reciben algunos jubilados, de un peso diario. Cuando pidió más, un señor Martínez ("macaco" lo llama fray Gregorio) le aventó la solicitud al suelo y la pisó, y del coraje que hizo el fraile, y del sentimiento, le pegó un cólico tan fuerte que por poco iba al Cielo a cobrar en bienaventuranzas lo que aquí en dineros no le querían pagar. En 1831 escribió fray Gregorio sus memorias, y murió al parecer en 1843, en Toluca, donde había nacido en 1773. Su narración, interesante y llena de cosas que divierten, es valioso documento cuya lectura aligera del peso de los hondos dramas humanos que el escritor debe narrar cuando hace el relato de estas primeras luchas por la Independencia. 

A propósito de dramas, habremos de ocuparnos en seguida de otro que conmueve mucho: el de la esposa de Abasolo.