OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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Quiero ahora recordar los viejos pregones que en el viejo Saltillo se escuchaban. El de aquel viejecillo que vendía una redundante nogada de nuez, golosina que tenía sabor de gloria pese a deficiencias de gramática. El del afilador con su lastimero caramillo. El lacónico grito del señor aquel que con una palabra sola anunciaba su mercancía: Miel, delicioso aguamiel fresco como agua fresca y dulce como la dulce miel. La voz bronca del hombrazo que muy de mañanita gritaba "Qué buenas cabezonas", proponiendo así a la gula temprana de los saltillenses su humeante barbacoa.