El 26 de marzo de 1811 comenzó el largo viaje de los prisioneros insurgentes desde Monclova hasta Chihuahua, a donde llegarían casi un mes después, el 23 de abril. Catorce horas diarias caminaban por aquellas quemantes arenas de los desiertos del norte, bajo un sol que caía como plomo, durmiendo un intranquilo sueño que apenas sí les servía de descanso en sus penalidades. Al fin de cada jornada los presos -48, dicen unos; 63 cuentan otros- eran colocados en círculos concéntricos, en grupos de cuatro hombres que a más de los grilletes que llevaban eran amarrados por los pies con una cuerda que luego el centinela, uno por cada grupo, se ataba a la cintura, de modo que si en el curso de la noche alguno quería cambiar de posición debía pedir permiso al guardia. En medio de todos eran colocados Hidalgo, Allende y Jiménez. Se les daba un sólo alimento cada 24 horas, que consistía en carne de res asada y cuatro guajes de agua para todos. Si en el camino a uno le daba sed sólo conseguía agua si algún soldado se la quería dar por caridad y a escondidas de los jefes, "por que si no -cuenta fray Gregorio de la Concepción- decían (permítaseme decir) que bebiéramos mierda".
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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