OPINIÓN

¡Vivan las cadenas!...

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Falso era en todo lo que hacía el rey Fernando. Era un Maquiavelo de baratillo. Si algún adjetivo le cuadra es el de doble: se movía para un lado o para otro, según soplaran los vientos de su conveniencia. Había simulado aceptar lo legislado por las cortes liberales durante su ausencia en Valencay. "Siempre merecerá mi aprobación -había dicho-, como conforme a mis leales intenciones". A su regreso a España, sin embargo, la situación europea había cambiado. Vencido Napoleón en Waterloo por el genio de Wellington, pensó Fernando -hasta donde él podía pensar- que lo conveniente ahora sería un gobierno que reprimiera todo lo que tuviera el más leve asomo de revolucionario. Acabada la supremacía de Napoleón, el trono y el altar volvían por sus fueros. Así, la obra de las cortes de Cádiz, con su tufo liberalista de revolución, debía echarse abajo.